sábado, 15 de noviembre de 2008

Historia de Kelembor, Señor del Fin de los Tiempos. (Parte 7)

Me pareció algo burdo postear sin más este trozo de la narración, que sin duda es el que más he trabajado. Así que, propuse a Isilme un proyecto... pero no pudo ser, por falta de tiempo. No obstante, retomé mi viejo Flash 2004 y me puse manos a la obra... he tenido muchos problemas, la verdad, mitad por el tiempo que hacía que no lo tocaba y la otra mitad por problemas técnicos con él... pero bueno, una noche enterita y lo he logrado:


Son apenas 8 MB, contiene música y un poco de chicha para darle fuerza al texto. El archivo lo podréis abrir con vuestro navegador siempre que tengais instalado el Adobe Flash Player. Una vez abierto, os aconsejo pausarlo (el menú de reproducción lo encontraréis pulsando botón derecho sobre la imágen) y adaptándola a un tamaño en el que veais que ya no se degrada (el tamaño ideal es 900x436 pxl). Evitar aplastarlo horizontalmente, pues vereis los frames del texto como aparecen debajo, y se rompe un poco la mágia :)
Espero que os guste, y para los que querais leerlo llanamente luego... aquí os dejo el texto:


**Las siguientes frases se encuentran escritas en el borde del grimorio, desordenadas, escritas en sangre, con gotas a los lados. En la última frase, la pluma cortó el papel.**

“Tengo un mensaje de mi señor para ti… es este: Bienvenido. Bienvenido a la fría muerte…”

“Despídete de todo a los que ames, pronto engrosarán nuestras filas…”

“Comandante, sus castillos caerán… sus muros serán derribados… su alma, será mía!”

Ni siquiera sé a quién escribo, o si puede que tras tanto tiempo ya carezca de significado hacerlo. Puede, incluso, que aquellos que me acechan puedan utilizar esto para acabar conmigo… siempre están, todos a cuantos les he contado esto han muerto prematuramente… tan solo mi sombra, si es que es ella, sobrevive a mi contacto.
Ya no tengo nada que perder, soy un alma en pena que tan solo quiere buscar un solo segundo… ¡un maldito segundo! de sosiego… de silencio. Esa voz, incesante como la transición de noche a día, incansable… me intenta convertir en lo que otrora fui inconscientemente, centro de desgracia, muerte, el centro de todo aquello que pudiera significar caos en su estado puro.
Hace apenas unas semanas que abandoné todo aquello que conocía… mi líder, Akiles, al que juré eterna lealtad… La Perla, quién recientemente había logrado acabar con el mismísimo Illidan… todos mis amigos, conocidos… quedaron atrás, ya no deben estar para el momento en que ocurra lo inevitable… sería imprudente por mi parte, exponerlos a algo así, egoísta sin dudar.
De aquí a allá, el mundo demuestra como se cubre rápidamente de una sombra tan oscura, tan espesa… y tan perceptible como las plumas de ébano del cuervo. El mundo, el viejo mundo, ya no es viejo… solo ha enmudecido, tal vez calle para hacerse el interesante, tal vez para concentrar las voces que oigo……. o solo tal vez porque el cambio que en él se espera no pueda ser nombrado. Los animales no emiten sonido, no hay niños en la calles. Solo paseantes atareados. Pasos mudos.
No obstante, la gente balbucea el regreso de la plaga. Con el corazón helado, allá por donde paso, escucho los chismorreos que lo mencionan.

*A la siguiente página*

Hoy, ahora, he matado a un inocente. He visto como, su piel se desgarraba… he notado como sus órganos dejaban de funcionar… como por el pánico su corazón se detenía en décimas de segundo. Y su mirada, clavada en mis ojos, en una mueca de arrogancia, mientras el cuerpo de ese pobre granjero se podría y se transformaba en la de un necrófago. Me provocaba. Y gritaba, y gritaba… aún pese a que sus facciones eran controladas, el dolor de todo ello jamás podría ser callado… Fue casi instantáneo, le partí en dos, en diagonal, con mi hacha… y antes de caer al suelo se deshizo en polvo, un polvo claro, no espeso, no emitía calor ni había restos de carne ni hueso: solo polvo. El lugar se vació de inmediato, todos se encerraron en sus casas… el tiempo suficiente para fijarme que durante el ligero combate, mi capucha se bajó: en la ventana podía ver mi cara, sonriendo, divertida, orgullosa. Muerte aullaba de hambre.

*En la siguiente página la entrada contiene un dibujo cuidado. La ilustración muestra detalladamente como un ave de color negro se alimenta de la carroña de un brazo humano.*

Ya ha empezado. Ha sido un cambio demasiado rápido como para ser siquiera percibido. Azeroth, el Viejo Mundo… es el inicio del Fin. El último acto mortal entre el bien y el mal.
La Plaga, azote de la humanidad, se esparce por la faz del mundo… y Terrallende. Cual virus, una epidemia, una pandemia… no se puede detener. No es como la primera invasión, es más mortífera: el más mínimo contacto, aunque sea para acabar con ellos, y un mortal será infectado. Incubará durante apenas unas horas, sin darse cuenta, lo que le matará y le transformará el un soldado más a sus filas. El granjero que ayer maté tan solo era de los primeros…

*La letra cambia violentamente, tornándose más alargada, fina y profunda*
“¿Por qué luchar por algo que tantas veces te ha hecho dolor? No eres como ellos… No existe el honor en luchar contra ti mismo…”

E… *borrón* El pueblo, entero, ha muerto. Poco después de que entraran en sus casas empecé a escuchar ruidos… todos, o casi todos, eran no-muertos infames. Marionetas. Acabé con los necrófagos, uno por uno, mientras el ligero viento barría a mis pasos. Acabé con los vivos, algunos lo entendían, otros me maldecían… pero solo una niña, pequeña e inocente, será la que recordaré. Me miró a los ojos, me ví reflejado en ellos, eran brillantes y verdes… no sonrió, ni se estremeció cuando mi acero le atravesó el estómago… solo dijo con una voz tan dulce como el sonido de una caja de música: Bienvenido, Caballero de la Muerte. Borbotearon algunas gotas de su boca, y se desplomó. Hoy, he matado a ciento setenta y dos inocentes, ahora, carroña para los cuervos.


*Siguiente página. En los laterales hay algunos garabatos. Y palabras desordenadas, sueltas: “Sangre, Hielo, Impío…”*

Las Tierras Devastadas, las del viejo imperio de Lordaeron, Cuna de Invierno, Tanaris…. todos han sucumbido al azote. He estado en varios de los lugares, buscando respuestas, el origen de todo… y solo he encontrado fanáticos heraldos. Imbéciles que tienen los ojos vendados. Ninguno ha respondido, todos ahora yacen inmóviles en el suelo…
Las necrópolis se han puesto en marcha, surcan los cielos lentamente. Ya no hace sol, y cuando lo hace, ellas lo cubren. Sumido en la oscuridad, la desesperanza toma las riendas…
Fue en tierras devastadas, donde viejos compañeros de La Perla Negra perecieron en combate contra la hueste. No poder decirles nada. No poder ayudarles… Impotencia, la maldita impotencia. O tal vez no quería, ya no lo sé, ya no lo sabré. ¿Acaso no hay nada que pueda hacer? Estoy condenado a ser el último, tan débil y frágil… tan fácilmente destruible. ¿Es este el Fin de los Tiempos de verdad?
No. Puede, tan solo puede, que lo que siento sea cierto. ¿Qué tengo que perder si me rindo? Nada, ya está todo perdido. Puede que deba seguir mi instinto, puede que Arthas tenga razón…

Mi corona me lo revela. Debo ir al extremo este de las tierras de la peste del este, más allá de Mano de Tyr.

***
Acherus, la segunda mayor necrópolis de la Plaga, asolaba las tierras del Enclave Escarlata. Millares se habían refugiado en los últimos días aquí, como última esperanza, por el fanatismo de sus gentes contra la Plaga. Acabar con ello, sería acabar con todo para la humanidad… un astuto movimiento. El propio Arthas regentaría la parte superior. Una escuela de muerte para aquellos que como yo, se entregan. No me detuvieron, me miraban, me vigilaban, pero me esperaban… y llegué ante él:
Impasible, de pie, agarrando a Frostmourne con extrema fuerza… casi con miedo de que se le resbalara. Ataviado en su armadura, en el yelmo de Ner’zhul, un acero tan negro como la propia sombra del mundo… es posible que tan solo fuera la silueta de él mismo. No revelaba nada más, su poder era palpable. No respiraba. Solo me observaba.
Aguanté la mirada, aún mantenía mi obstinado orgullo pese a todo. Jadeaba, estaba agotado… ni siquiera recordaba la última vez que me alimenté o bebí… que sería de aquellos tiempos de abundancia… Mi corona, mi armadura, parecía tan ajada que una embestida me despedazaría cual trozo de madera.
-Kelembor, Señor del Fin de los Tiempos. ¿Y eso es todo? Un cansado enano, orgulloso y no mortal.
-No me subestimes, Arthas.
-He invertido mucho tiempo en ti. He visto como lo as perdido todo, como te escondías, como buscabas… eres el ser, que pese a seguir vivo, más ha sufrido. Debo admitir, que tu tormento me resulta divertido.
-Eres un sádico…
-¿Y tú lo dices? Solo te he demostrado quién eres, te he visto disfrutar en ese estado. Eres la Guerra, pero también la Muerte.
-Deje de serlo hace demasiado. El mundo ya es tuyo, aunque la guerra durara eternamente, tu ventaja ya es demasiado evidente… ¿Por qué la atención en mí?
-Porque tú si mereces la pena. Ambos fuimos mortales, y ambos hemos decidido no serlo… perdurando poderosamente. Antaño fuiste imparable, temido, arrasabas poblaciones y adorabas el poder de la Muerte, el Trono que ahora ni tan siquiera contemplas. Eres un simple guerrero, poderoso si, pero nada más... usas la fuerza bruta para acabar con todo, estrategias de movimientos tan predecibles que resultan absurdas. Ansias venganza para aquellos que te torturaron. Deseas purgar todo el mal que azota la Tierra Media... no para que el equilibrio prevalezca, sino para comprar tu propio perdón por el daño que causaste. Eres un hipócrita.
-Lucho por lo que creo que es más justo.
-Luchas contra ti mismo, no hay honor en ello. Sé quién debes ser. La Guerra y la Muerte, yo te recordaré como usar este último.
-¿Por qué?
-No tienes nada que perder, recuerda. Hagas lo que hagas, aunque tarde más sin ti, ambos sabemos como acabará todo. El Fin del Mundo está escrito de mí mano. Si eliges, puedes irte, no te mataré por hoy… y puede que así me ofrezcas algunos días de distracción en el futuro.
-¿Tengo elección?
-La pregunta debería ser: ¿quieres elegir? Has sido más tiempo Señor de la Muerte que tu mismo. Disfrutas con ello, sabes que serías mejor. Eres un mal necesario, alguien debe hacer tu trabajo. Pero tu maldita ética te impide racionarlo. ¿Crees que soy el malo? Debo devoción a lo que soy, sin más, otros intentan acabar conmigo... yo los destruyo. Soy necesario para que unos tengan una batalla por la que morir, un hecho por el que vivir. Te ofrezco la oportunidad de que tú conozcas lo que eres de verdad. Un ser completo.


Asentí y Arthas se me abalanzó. Frostmourne atravesó mi peto de malla, mi piel… y mi cuerpo. Sus ojos se clavaron en los míos mientras me agarraba con desprecio por la capa, como el desollador que espera que su animal se desangre. Muerte sobre la inmortalidad, jamás pensé que sentiría algo así… podría describirlo, pero pasadas varias páginas, no habría logrado nada. Me levantó, podía sostenerme de pie. Mi cansancio se esfumó, ya no tenía hambre ni sed. En su oscura armadura, me vi reflejado. Mis ojos se abrían tornado tan brillantes y azules como los suyos… mi piel, oscura como todo lo que ya había.
-Bienvenido.
Mi entrenamiento empezó al instante. No había descanso, tampoco sentía necesidad de ello. Me resultaba natural, no había mayor dificultad. Cuando me creyeron preparado ascendí rápidamente de rango y lideré otros Caballeros de la Muerte en el asalto de esas tierras. Los encargos se enlazaban, e incluso Arthas estaba satisfecho de mi trabajo. Ya podía dominar a Muerte de nuevo, y su faceta más sádica me había sido desvelada. No quedarían supervivientes, ni para decir que los había.

Habían pasado meses, casi dos años desde que desaparecí. El mundo se había vuelto aún más duro, frío, que antes. Las civilizaciones no solo estaban en guerra contra la plaga, sino contra ellas mismas. El caos.
Algunos mortales me tachaban de traidor, mi leyenda se había esparcido. Cumpliría mi sobrenombre.

Arrasar la Capilla de la Luz, centro del Alba Argenta, era el objetivo. Pero me aparté de mi pelotón, y en mi caballo muerto cabalgué veloz hacía el sur… lejos de los dominios de Arthas. Casi podía oír sus susurros, histéricos, maldiciéndome. Ya no le necesitaba, me infravaloró: le utilicé. Acallé su voz, ahora ya podía, ya tenía suficiente poder. En cada asentamiento mortal que pasaba provocaba pavor, nadie osaba siquiera levantar un arma en mi contra.
Llegué a Ventormenta. Mi corona ya me había avisado que La Perla Negra se preparaba para partir hacia el norte para combatir la plaga desde su núcleo. La ciudad era un atisbo de lo que fue. Parecía fantasma, sus habitantes parecían enfermizos… famélicos. El paso firme y pesado de mi nueva y oscura apariencia, sobre los pavimentados suelos, resonaba en la mente más inocente. Llegué al puerto. Se encontraba amarrado el barco cuya tripulación había sido lo más similar a lo que jamás conocí como familia. En el puerto, una fugaz sombra de lo que antaño habían sido mis más cercanos amigos… Krizos, Castillo y Yavoy. No se asustaron, la maga parecía incluso contenta de volverme a ver… hasta que me vio de verdad. Desmonté, y libré mi cabeza de su yelmo.
-El mundo ha cambiado, para mal, yo he cambiado con él. Lo que veis, es lo que soy. Ahora, al fin, soy entero.
-¿Qué esperas de nosotros, traidor?- Aclaró Krizos, tajante.
-Nada. Del mismo modo que pretendía que no esperarais nada de mí. No iba a traicionaros, ni a mataros…
-Inocentes han caído en tus manos. –Finalizaba, Castillo.
-Los peones tienen que arriesgarse, y a veces morir, para dejar paso a piezas más pesadas y poderosas. Azeroth está a las últimas, y necesita de medidas desesperadas. Pensarlo, ¿que habríais hecho en mi lugar?
*Silencio, y nada más.*
-El fuego se combate con fuego, y si fracasamos, nos quemaremos con las llamas del infierno… porque no habrá otro lugar para nosotros, ni muertos, ni vivos. Es el último acto de la era que conocemos. En vuestras manos queda elegir agarrar esta poca esperanza.


Les convencí. Pronto entendieron que no tenían nada que perder. Juré eterna lealtad a Akiles y a su causa, y no le fallaré.

El Fin de los Tiempos ha empezado…

4 comentarios:

Homo Insanus dijo...

Bueno, ya lo leí en flash, pero te lo repito por aquí, muy bonito y muy bien enlazado con las últimas etapas de tu enano, en la que sufría y se replanteaba viejas dudas y tormentos.

Saludos.

Homo Insanus dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Homo Insanus dijo...

Offtopic

Ostia, Kelem, lee ésto cuando te apetezca. Brutal.


http://www.alfredodehoces.com/press/que-les-pasa-a-los-jovenes

Kelembor dijo...

Pues si, la verdad es que tiene toda la razón. De hecho, hasta le he posteado un comentario.

Gracias Cleve.