viernes, 7 de diciembre de 2007

Historia de Kelembor, Señor del Fin de los Tiempos (Parte 1).

Era de esperar que esta narración terminara aquí: mi sitio, además de ser mi mayor relato. Compuesto desde hace muchos años y por varias actualizaciones. Ordenadas cronológicamente se notan bastante los cambios y mi evolución en cuanto a calidad de narrador se refiere, me gusta que sea así por eso no los reescribo. De esta historia, cuando tenga mejor PC, intentaré hacer un video (tengo el guión incluso)... pero hasta entonces os tocará conformaros con las actualizaciones que vaya escribiendo. Espero que las disfruteis como yo cuando las escribí.


[ Nacido en el seno de la familia real de la antaño importante fortaleza de Karak-Ocho-Picos. Un clan de enanos, involucrados en sus propios asuntos, ajenos al exterior... ajeno a la Horda. Debía ser entrenado como paladín, como marcaba la tradición, pues era el heredero del trono. Pero mi felicidad pronto terminaría... orcos, trolls y todo tipo de alimañas atacaron la fortaleza durante la noche de mi séptimo cumpleaños... todo arrasado, mis padres brutalmente asesinados ante mis ojos... una imagen que nunca olvidaré. Sin embargo, me perdonaron la vida... quizás viéndome útil como esclavo. Fui el único superviviente... obligado a levantar los bastiones de los orcos en lo que antes fue mi hogar... a cambio de fatigables azotes y de incontables abusos por parte de las sacerdotisas del clan. Me alimentaba con la esperanza de escapar y traerles muerte algún día... me alimentaba con la venganza... y mi Furia crecía sin cesar. Tras años de trabajos mi fuerza corporal era anormal y a mis diecisiete logré matar a parte de mis opresores y escapar durante la noche... no sin antes recuperar el grimorio y el hacha de mi fallecido padre... cuya cabeza permanecería en la estaca guardiana del bastión. Anduve durante semanas, sin detenerme, sin comer ni beber salvo lo que encontraba en las hojas y el barro... Y de repente caí... nada más recuerdo de mi mismo salvo lo que las leyendas cuentan...
“El Dios de la Guerra ha vuelto, inmolado esta vez en el cuerpo de un enano joven de barba negra y ojos esmeralda... sus venas palpitantes y negras en sus brazos que tanta muerte han traído a diversos poblados de las diversas razas... esperemos que la batalla final este cerca antes de que sea nombrado Señor del Fin de los Tiempos”.


Años pasaron, años en los que no fuí conciente de mi propia voluntad, años en los que mi Furia de venganza me tomó arrastrando con ello mi propia cordura... arrasé centenares de poblaciones... hasta que alguien logró devolverme a mi cuerpo... alguien que sería mi propio padre, velando por mi en forma etérea y que me contó varias cosas en mi conciencia, torturando a Furia, quien ya había tomado personalidad propia.

“Hijo mío... temí esto el mismo momento en que tu madre te dio la vida... la profecía se ha cumplido y los Tronos de la Muerte y la Guerra pueden ser tuyos o los puedes destruir. Todo se remonta a un hecho que yace en los mitos del principio de la Segunda Era, cuando los Dioses fueron expulsados por su avaricia del plano etéreo para llegar al terrenal... seres mortales que bien sabían que tras su muerte su Trono de Poder se perdería... por ello unos buscaban la muerte del otro para gobernar un nuevo Trono pero, a la par, todos buscaban su permanencia... unos se maldicieron a cambio de tener una vida inmortal... otros se emparejaron y buscaron la descendencia mortal... pero la profecía se basa en la incansable lucha entre la Muerte y la Guerra... ambas deidades buscaban poseer el trono del otro... sin embargo, ambos temían por su persistencia en el plano y Muerte se maldijo con la inmortalidad a cambio de tener que poseer otros cuerpos... quién sino perfecto que el heredero mortal de Guerra, quién decidió emparejarse y tener descendencia mortal... en este caso, enana. Si hijo mío, tras mi muerte como heredero del Trono de la Guerra la maldición pasó a ti... al igual que la posesión por parte de la esencia de Muerte... quién tras tu tormento ha tomado demasiada parte de tu mente, has sido tu quien ha alimentado a Muerte, conocida por ti como Furia. Kelembor, si tu caes Furia dominará tu cuerpo y el Trono de la Guerra... llevando al mundo el Fin de los Tiempos, y con ello... el fin de todo lo mortal y todo lo que conoces y conocerás. A la par, si tu logras vencerle heredarás ambos Tronos no sin ello convertirte en un ser completamente distinto al que eres y tendrás en tus manos dos opciones: aceptar ser el Señor del Fin de los Tiempos y acabar con todo; o destruir ambos Tronos y a la par... a ti mismo, esta vez, sin retorno. Deberás elegir en cuanto se te presente la ocasión, sin embargo... prepárate para tu batalla como heredero de Guerra contra la esencia de Muerte... todo ocurrirá en cierto momento y será cuando Furia haya recobrado la suficiente fuerza como para poder aparecer en el plano terrenal de nuevo... será en ese momento que la batalla deberá terminar al fin... Pero por ahora hijo mío debo encerrar a Furia en tu interior con un Sello y poder devolverte a la vida que a partir de ahora podrás forjar tu mismo... *El padre de Kelembor pronuncia unas palabras que hacen aparecer un tatuaje en el pecho del cuerpo del enano... que se convulsiona y sangra en negro hasta que el propio padre débilmente pronuncia...* ¡VUELVE A LA VIDA!”

Conocedor de todo eso... no sabía que hacer... debía buscar escondite pues mi interacción con la sociedad podría traer destrucción. Pedí al mismísimo rey de Ironforge que me encerrara en la más profunda de sus mazmorras... fracasando, sin embargo, a causa de mi estado de despatriado y siendo el Rey conocedor de las leyendas... no dudó en expulsarme de los reinos enanos. Me dirigí al bosque, donde encontré una cueva donde permanecería durante años... sobreviviendo del entorno y consumiéndome en mi soledad, miedo y furia... hasta que decidí reemprender como yo mismo la venganza que me había sido jurada: la muerte de los ocupantes de mi fortaleza natal. Esta vez, alzado como guerrero y comandante uní una gran hueste de enanos despatriados, errantes y todo tipo de buscadores de recompensas... a quienes nombré el clan Hojarrota y a la par yo mismo su rey. Meses de entrenamiento y preparación estratégica para que el día de la batalla llegara. Atacamos durante el día para desencorajarles al ver que no contábamos con el factor sorpresa y por ello que quizás tendríamos la victoria asegurada. Cruento y largo asedio que terminó con nuestra derrota y consecuente muerte... cientos de Hojasrrotas cayeron a pesar de sobrevivir muy pocos que con suerte solo fueron malheridos. Nuestros cuerpos lanzados al río, y por consiguiente al mar... donde floté con las heridas quemándome en la sal... hasta que una embarcación me recogió. Se trataba de los Piratas de Azeroth, a quién ahora debía la vida y por ello mi servicio. Grata gente sin duda a quien conté mi afrenta con los orcos pero no mi estado de “heredero”... ]

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